La confianza

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Casi imposible de conseguir, increíblemente fácil de perder. Es una pena pero no deja de ser real. Nuestro día a día se basa en relaciones con gente con las cuales, dependiendo del grado de confianza que tengamos en el otro, nos comportaremos de forma totalmente distinta. Normalmente tenemos, se podría decir, una confianza tipo, es decir, lo desconfiados que somos inicialmente. A partir de ese grado de confianza, muchas veces desde el primer instante, personalizamos la confianza que tenemos en la persona con la que estamos de forma acorde a lo que diga, haga o intuyamos.

Una cosa curiosa es que a esta ecuación no solo hemos de meter nuestro carácter y el de la otra persona, si no también consideramos, muchas veces de forma inconsciente, la confianza que tenemos en otras personas de nuestro pasado o presente dependiendo de experiencias previas. Escrito así es lógico y racional pues si algo hacemos en la vida es tratar de aprender pero no deja de ser triste. Muchas veces nos cerramos y evitamos dar nuestra confianza a alguien, no por culpa de ese alguien, si no por culpa de otros, de nosotros. En muchos casos nos evita caer dos veces en el mismo agujero, pero otras tantas nos evita justo lo contrario, el darnos cuenta de que no existen dos entes iguales, dos agujeros iguales.

Siempre me he considerado bastante confiado, quizás demasiado. No me arrepiento en absoluto ya que, a pesar de los golpes sufridos, las experiencias vividas han valido la pena pero hay veces que unos cuantos golpes lo suficientemente duros hacen cambiar a cualquiera. Me dije, ¿para qué confiar en nadie, si lo único seguro es que, tarde o temprano te arrepentirás? Esa filosofía no es buena, creerme, la vida se vuelve un poco más gris cada vez que tu confianza en los demás merma. Y, aún sabiendo que se trata de una locura, me he dispuesto a confiar, no sé por qué, quizás sea por que lo necesito, quizás por qué algo dentro mío me esté obligando a ello.